miércoles, 23 de junio de 2010

Yo, el oso de cristal





Buenos días... Soy un oso de cristal. ¿Puede haber algo más ridículo que este oso de vidrio? Esa es la frase que más escucho decir de mí. Pero no soy de vidrio, sino de cristal. Vivo en una repisa llena de polvo, de madera de pino. Todos los días cientos de miles de pelusas y partículas cósmicas llegan volando hasta mí, atraídas por mi reflejo, y se van posando en mi superficie, especialmente en la trompa y en la panza. Hoy les contaré la historia de mi vida.

Yo era un reloj suizo, esclavo de una galerista de arte. La señora H vivía en Suiza, en la capital, Zurich, con su marido y una pequeña hija, llamada Malvon, que tenía siete años, y quería ser bailarina clásica. Ella estudiaba danzas, pero como era muy gorda, sus padres no la alentaban, y en cambio le decían que lo mejor para ella era trabajar: a) en una ong b) en una galería de arte, igual que su madre. Malvon, le preguntaban a veces. ¿A vos no te gustaría pintar? Bailar no está tan lejos de pintar...Podrías colgar tus obras en nuestra galería de arte. En el fondo, temían que por ser gorda viera frustrada su ilusión. Pero a Malvon le asustaba su altura. Mamá, yo no quiero crecer. Quiero quedarme petisa, para ser mejor bailarina. Malvon miraba a sus padres y le parecía que eran muy altos. Todas las noches, antes de dormir, Malvon cerraba los ojos y comenzaba ejercicios respiratorios, siguiendo un mantra que le había enseñado la empleada de limpieza. Se hiperventilaba y se quitaba la respiración alternadamente, y luego quedaba en un éxtasis muy profundo, siempre siguiendo la idea mental: Dios, hacé que no crezca, Dios hacé que no crezca, que me quede petisa para siempre.

La madre de Malvon no veía la hora de verla adolescente, libre ya de torturas de artista. Flaca o gorda, pero bailarina, ya basta, le decía a su marido. Hasta que un día, el marido dijo: bueno, basta. No le pagaremos mas las clases de danza, y se acabó. Y no le pagaron más las clases. Entonces Malvon entró al cuarto de su madre y robó tres piezas familliares, el collar de diamantes y el de perlas, incluyendo el reloj suizo, y los llevó a vender a una casa de compra venta, muy lejos, donde nadie conocía a sus padres.

El señor del compra venta le tomó las joyas y le pagó un montón de dinero, y eso que era una niña. Malvon le contó que quería ser bailarina y los padres no la dejaban. Después, cuando Malvon fue a sacar el estuche de la mochila, el reloj se le cayó al piso y lo pisó sin querer. No te preocupes, le dijo el señor. El cristal está rajado, pero se puede cambiar. ¿Por qué no probás yendo al circo?

Y como el cristal era muy bueno, lo fundieron y así nací yo, el oso de cristal.



por Inés Acevedo

una colaboradora increíble de Inventario